lunes, 26 de septiembre de 2011

De nuevo, otoño.



Otoño dulce como las uvas en sazón, como los higos y las granadas maduras que se abren y ofrecen sin pudor su ternura.

Otoño fresco como la lluvia de ayer, como el aire que llega de madrugada, silencioso, haciéndote saber que algo va a cambiar, que algo nuevo está por nacer.

Otoño desnudo como la luz, como la transparencia, como los árboles que dejan caer  todo lo que ya es superfluo, para quedarse sólo con lo imprescindible, la energía de la vida centrada en el interior, que podrá crear más adelante una primavera.

Otoño para reunirse, para reencontrarse. A uno mismo y a los otros. Para encender la hoguera en el centro de la tribu y del corazón. Tiempo de escuchar, de conversar, de disfrutar y compartir lo cosechado, de trazar planes, de contar historias, de dejar reposar el mosto.

Otoño para deslizarse suavemente en la oscuridad. Sin miedo, como el sol. Otoño para aventurarse en la cara oculta de la luna. Otoño para temblar brillando con las estrellas.

Otoño, el tiempo de la caza. Hay que discernir bien la presa, prepararse a fondo para merecerla y salir con decisión a por ella.

Otoño, el tiempo del acecho, el tiempo de la desnuda lucidez.