viernes, 8 de febrero de 2019

Conmigo misma








Y dije, voy a estar un rato conmigo misma.

De inmediato ví a una chica joven, y también a una niña, y a una madre atareada con sus bebés, y a una mujer solitaria, y luego no ví a nadie sino el paisaje, porque ya estaba de nuevo mirando desde mis ojos.

Había una escalera y la bajé. La conozco, esa escalera de caracol, con sus peldaños de piedra iluminados por unas pocas antorchas fijadas en sus paredes.

Esta vez acababa en una sala con una chimenea encendida, íntima y acogedora.
Y otra vez afirmé mi intención: voy a estar un rato conmigo misma.

Éramos varios en torno al fuego. Un hombre joven de pelo moreno me ofreció un vaso de vino. Una mujer mayor sonreía apenas al fondo del círculo. Había una niña rubia tirada en el suelo, dibujando con lápices de colores. En algún lado había también un caballo, un gato, un halcón y alguna otra presencia que no se dejaba ver.

Tómate un respiro, me dijo el chico. Sé que estás cansada.

Más que cansada, le dije. Estoy vacía.

Caliéntate, me dijo la mujer mayor. No te preocupes, estamos en familia.

Estamos de vacaciones, dijo la niña. ¿No hay una pizarra?

Entonces vimos que había una pizarra en toda la pared de la derecha, y tizas de colores. La niña se puso de pie de un salto y dijo ¡Me encanta! Y empezó a pintar a grandes trazos en la pizarra.

Me gusta ver el fuego, dije. Yo soy más yo delante de un hogar encendido.

Ya lo sé, dijo la señora. Ya sabes que aquí lo tienes.

Voy a reponer fuerzas, dije.

Y me quedé mirando las sartas de chispas anaranjadas que recorrían las brasas en la raíz de las llamas, y las llamas que lamían dulcemente los troncos, sin apenas tocarlos pero consumiéndolos con su mismo amor. Los troncos se transformaban en brasas iluminadas y en humo oloroso y en cenizas tan blancas y leves como las más lejanas memorias.

Tengo ganas de viajar, dijo el chico.

Tengo ganas de legar, dijo la señora.

Yo siempre tengo ganas de jugar, dijo la niña. ¿Jugamos?

El juego se hace muy grande, dijo la señora.

A mí me gustaría saber de verdad que estoy jugando, dije yo.

¿Qué otra cosa hay, querida? dijo la señora.

Hay misiones que cumplir y destinos que conquistar, dijo el chico.

No seas tonto, dije yo. Ya no hay nada de eso.

¿Por qué? Preguntó él.

Ya os estáis poniendo trascendentales, dijo la señora. Toma unas palomitas.

Me muero, me muero pensando esas cosas, dije yo.

Canta, dijo la niña. ¡Canta, canta, canta!

Cogí el tambor y empecé a tocar, y canté.

Canté en medio del baile de las llamas y en las raíces de las brasas, canté con el humo que subía haciendo espirales, canté desde la garganta de la mujer y del hombre y desde el corazón de la niña que era como un pajarito atrapado entre las costillas.

Salió el pájaro y echó a volar alrededor de la habitación, hasta que encontró la chimenea y escapó hacia arriba por el camino de los duendes.

12.1.19