Tengo
una amiga que montó un laberinto en un bancal cerca de su casa.
Lo
construímos con piedras de río que habíamos recogido por la mañana. Luego, hubo
una pequeña ceremonia donde cada una lo recorrió, dejó algo en el centro y
siguió su camino.
Creo
que ese día aprendí varias cosas:
Dicho
así, al modo del Eclesiastés, ví que hay un tiempo para entrar y un tiempo para
salir,
un
tiempo para estar en el centro, un tiempo para estar en las orillas,
un
tiempo para concentrarse y un tiempo para expandirse.
Ví
que siempre estás en el camino, siempre, y todo forma parte del camino.
Ví
que a veces, te crees perdida porque tú ibas hacia el centro y de repente un
"zarandeo del destino" te hace encontrarte en la pura periferia, al
ladito mismo de la puerta de entrada, y dices, ¿"pero esto cómo puede ser?
no entiendo nada"... y a los tres pasos compruebas que sólo era el giro
necesario para dirigirte a donde ibas...
Ví
que igual q deseaba llegar al centro, después deseaba llegar a la salida.
Ví
que al centro se pueden llevar cosas y que del centro se pueden sacar cosas.
Ví
que la entrada y la salida son lo mismo, pero mirado desde el punto de vista
opuesto.
Ví
que al final, hicimo el camino del laberinto todas juntas, con la mano en el
hombro de la anterior, y danzando.
Y
ví, yo sola, en último término, que al fin de cuentas, si así lo eliges porque
ya no quieres jugar más, puedes saltarte todas las barreritas marcadas e ir en
línea recta de la entrada al centro y a la salida, o viceversa, o incluso
cruzarlo de parte a parte... es tu decisión. Pero es bueno haber jugado, porque
si no, no hubiera visto ninguno de los puntos anteriores.
Y
ví que los laberintos se pueden tomar como un juego. Y que es un juego jugoso.
Y que nadie está perdido si no se siente así.