La espiral es la madre del mapa de la vida, eso supe. Y esa
espiral tiene que cuajar en algo corpóreo, calcáreo, real, que suena si lo
golpeas, que parece muerto, pero míralo, no tiene principio ni fin.
Toda mi casa era una sala de pasos perdidos y yo deambulaba
buscando un sorbo de belleza.
El caracolillo blanco me dijo “ponme encima del viejo mármol”.
El anciano aparador
callaba. El caracol me guiñó un ojo inexistente.
Y la encontré.
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